Torrance, un ingeniero de la Tamerlaine, una nave Arca, roba suministros y los vende en el mercado negro ante las narices de un insólito detective.
CON ESTO BASTARÁ
Cuando oyó los pasos, Torrance se quedó helado. Todo se le vino abajo. Un destacamento de seguridad, con equipo antidisturbios y armas disuasorias. ¿Iban a molestarse siquiera en reducirlo? Al fin y al cabo, el mundo estaba en llamas. Naciones, corporaciones e individuos se disputaban cualquier recurso que quedara. El fin de los días, la nueva ira de Dios contra su pueblo. Y, como en la primera ocasión, la salvación estaba dentro de un arca.
Pero ¿dentro de cuál? No todas las arcas se habían creado iguales.
Sentado en el terminal, Torrance oyó acercarse los pasos. El ritmo pausado de la marcha parecía estar burlándose de él. Había cerrado las aplicaciones más evidentes, pero un ojo entrenado sería muy capaz de seguirle el rastro.
Entonces oyó las respiraciones y sintió una oleada de alivio. El resuello trabajoso de un hombre con sobrepeso y el jadeo asmático del compañero absurdo que le habían endosado. No era la inquisición. Los tripulantes superiores no se habían percatado de lo que pasaba. Solo era el memo del vigilante nocturno que hacía su ronda.
El hombre asomó la cabeza por el mamparo. Brody Lukasz era un chiste a la espera de que alguien lo contara, con los hombros caídos, las mejillas sin afeitar y el cabello clareando. Tenía un bigote escaso, los ojos débiles y vidriosos y el uniforme le quedaba a la vez ancho y tirante, según en qué parte del cuerpo. En otro tiempo fue militar, le habían contado a Torrance. De ser así, se había abandonado mucho...
—¿Todo bien, doctor T? —preguntó Brody, y su compañera, con paso dificultoso, dobló la esquina como una broma sin gracia. Doris pesaba más que Brody y la mayor parte del peso lo llevaba alrededor de la cintura. Se tambaleaba sobre unas patas cortas que parecían no soportar el vaivén de toda aquella masa. Era el único miembro de la tripulación cuyo uniforme le quedaba peor que a Brody, porque en su caso habían vestido literalmente a un cerdo. La cerda Esclarecida lo miró entrecerrando los ojos, agotada por el mero esfuerzo de estar allí.
